Blanco y blanco

ASIMETRÍAS

Cuento de Marlon Duménigo. Ingeniero en Ciencias Informáticas. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Miembro de la AHS y del Grupo Literario Ariete.

Autor: Marlon Duménigo

En cada foto la modelo adoptaba una nueva postura, doblaba mucho la pierna izquierda, empinaba las nalgas o ponía los labios como si fuera a lanzar uno de esos besos que nunca parecen terminar. Él no cesaba de darle instrucciones tras la cámara. Exprimía su belleza. La condensaba por unos pocos segundos que le eran suficientes en cada fotografía. El color tenue del bronceado le acentuaba los senos y los incipientes músculos del abdomen. La lencería — elegida por él mismo — la beneficiaba mucho más de lo que él había imaginado. Al menos la primera parte de la sesión era todo un éxito.

Tomamos un descanso y continuamos en cinco minutos con los desnudos, dijo mientras se colgaba la cámara al hombro y encendía un cigarrillo.

Dos utileros entraron al set, alinearon la sombrilla y se entretuvieron en desplegar una toalla rosada sobre la arena.

Él caminó hasta el borde de la playa y se recostó a los restos de lo que alguna vez fue un cocotero. Alzó la vista y recorrió aquella extensión de arena y mar, desierta a esa hora del amanecer. El sol aún no terminaba de salir y permitía sostener la mirada en dirección al océano sin arrugar los ojos. Escuchó ruidos a su espalda. La modelo se acercaba hundiendo a cada paso los pies en la arena.

Deberíamos terminar antes de que el sol se ponga más fuerte, dijo. ¿Cómo quedaron las fotos?

Él terminó de fumar el cigarro como si fuera lo único que valiera la pena. Cualquier día dejo todo esto y me voy a hacer fotos de boda, pensó, pero ni siquiera tuvo ganas de decirlo.

Quedaron perfectas, ese bronceado te favorece mucho.

Regresaron al set en silencio, viendo cómo sus sombras se alargaban hasta unirse en algún punto sobre la arena.

La sesión de desnudos comenzó con varios planos de los senos. Las tetas arregladas con silicona eran una fiesta para el lente que las torneaba y las volvía sublimes. Dos atributos perfectos con que la ciencia moderna la había dotado. Él las clonaba en diferentes tonalidades hasta llegar al blanco y al negro, las hacía lucir naturales, eran buen material fotográfico.

Los desnudos a cuerpo entero fueron demasiado sencillos de hacer. Una sucesión de posturas convencionales y un tanto ridículas. Los utileros volvieron a entrar al set y a desplegar la toalla rosada sobre la arena; la modelo se tendió en ella con las piernas cerradas, abriéndolas eventualmente con cierta indiferencia excitante.

Pasamos a desnudos de piel, dijo él luego de tomar las fotos suficientes. El sol había salido y no tenía el menor deseo de lidiar con las quejas de la modelo. Dio varias palmadas para apurar a los utileros que colocaron algunos accesorios en el set. Las fotos sin piel no eran su especialidad, pero en este tipo de sesiones eran obligatorias. Mucha gente compraba las revistas de moda solo para ver a las modelos sin piel, revestidas únicamente por la dermis iluminada bajo un sol ligero. Una especie de erotismo intelectual. El juego con las luces tenía que ser perfecto en esta sesión para dejar al descubierto algunos órganos. El hígado debía verse en toda su amplitud en al menos tres fotos. Eran las reglas. El orden era inviolable e incluía desnudos sin piel exactamente antes de pasar a desnudo total.

La modelo exigió un poco de agua con hielo y preguntó por el resultado de las fotos antes de continuar. La luz del sol deja unos matices especiales en tu dermis, le explicó él, dependiendo del tipo de órgano adquiere un tono más fuerte o más ligero; tu hígado, por ejemplo, tiene un color ideal que contrasta con el estómago y el páncreas, son unas fotos estupendas. Uno de los utileros se acercó a la modelo, le alcanzó un vaso con agua y permaneció a su lado mientras esta se desnudaba totalmente, sosteniendo cada órgano y depositándolo luego en las vasijas indicadas. La modelo era rápida. Toda una profesional. En algunas ocasiones él había tenido que esperar casi una hora antes de iniciar las sesiones de desnudo total. Una pérdida de tiempo. Esta vez la modelo estuvo lista en 35 minutos. Era un tiempo magnífico.

En desnudo total las posiciones eran mucho menos exigentes debido a la rigidez que sufría la modelo. Posiciones casi siempre acostadas para evitar accidentes. La luz era apenas decorativa, lo esencial era la posición del lente en cada foto. En esto él era muy diestro. Un ángulo más alto, un plano casi transversal a las costillas de la modelo, un acercamiento frontal a la base del cráneo. Rutinas repetidas cientos de veces, miles. Al terminar, se despidió de los utileros con un apretón de manos y le hizo señas a la modelo sin darle tiempo a recolocarse las cuerdas vocales. De todas formas sus preguntas serían las mismas y él no tenía ganas de repetir que en desnudo total, todos los esqueletos lucen iguales.

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